miércoles, 24 de diciembre de 2014

Entrevista a Javier Rodríguez

Javier Rodríguez (Oviedo, 1.972) ha ganado notoriedad en los últimos años por su gran trabajo coloreando para Marvel, especialmente la etapa de Mark Waid y Chris Samnee en Daredevil. Pero empieza a ser ya un artista cuyos lápices son reconocidos allí por donde pasa, ya sean unos números de Daredevil, de Superior Spider-Man o de la reciente miniserie de Hobgoblin.

No hace falta más que hablar con él diez minutos para apreciar el tremendo amor que tiene por el medio y la pasión con la que ataca cada nuevo proyecto. A Javier Rodríguez le vuelve loco narrar a través de viñetas y hace todo lo que puede por entender el funcionamiento del lenguaje del cómic, por ser consciente de lo que hace único al medio y aprovecharlo para contar las historias lo mejor posible. Le gusta bromear sobre sus limitaciones como artista, pero que nadie entienda en su modestia un modo de excusar la calidad de su trabajo. Javier Rodríguez está en el mundo del cómic para intentar hacerlos siempre bien... y cada vez mejor.


Lector desde joven
La larga mano del cómic atrapó al joven Javier desde bien pequeño. Su padre era lector de cómics y como es natural, siempre estuvo rodeado de viñetas y bocadillos.

«Mi padre compraba muchísimos cómics, pero obviamente yo leía los de superhéroes, que eran los de los críos, los que tenía yo por casa. Recuerdo que un día, leyendo Born Again, en los textos de apoyo decían maravillas de él. "Esto compite con los Corben que tiene mi padre, con los tebeos de 1984" pensaba yo y tímidamente iba formándome mi criterio. Hasta que un día me encuentro un artículo en el Wendigo, la revista de análisis de cómics asturiana, poniendo Born Again donde le correspondía. "Esto es una obra maestra", decían. Y yo en plan "papá, papá, mira, esto es un tebeo de verdad". El primer cómic que hizo el camino inverso y se lo dejé yo a mi padre en vez de él a mí, fue Ronin. Y luego The Dark Knight Returns. De todas maneras mi tebeo favorito de superhéroes es Born Again. Para mí está por encima de Batman: Año Uno y de cualquier otro. Me parece LA obra. Por todo. Porque me proyecto como lector, porque veo la evolución de un artista... Lo tiene todo, es tan enriquecedor ese tebeo...».


Y así, con un criterio propio en formación y con la implícita aprobación de su afición por parte de su padre, Javier Rodríguez acabaría, tras completar sus estudios de Artes y Oficios, en el mundo del cómic. Odiseas con mejor y peor suerte como Love Gun, su colaboración en El Víbora, su primer álbum a todo color Wake Up... Todo ello nos habla de un artista en continua formación y experimentación.

Un proyecto de “manga europeo”
Y en ese camino se iba a cruzar el manga. Estamos alrededor del año 2007 y Javier Rodríguez va a entrar en contacto con la guionista Delphine Rieu. Juntos publican Lolita HR y este trabajo le permite indagar en el estilo narrativo japonés.

«Lolita HR fue un proyecto para el que me contactó directamente Delphine Rieu, la guionista. Ella ya había publicado un álbum titulado "Alex Clément ha Muerto" que era un thriller con una asesinato en el que todo giraba en torno a un cadáver que aparecía en una habitación y cuya historia se desarrollaba en un lapso de tiempo muy corto. Me sorprendió que se pusiera en contacto conmigo. Me preguntó si quería hacer algo de ciencia-ficción con una protagonista femenina. Preparamos un proyecto de álbum convencional y como ella es de Angoulême, a nivel logístico era ideal. Lo movimos lo que pudimos, pero me encontré con una cosa muy curiosa: A los editores de álbum franceses mi estilo les parecía muy americano y cuando había estado enseñando muestras en Estados Unidos, les parecía demasiado europeo. “Como siempre estoy en tierra de nadie” pensé. Finalmente resultó que la editorial Les Humanoids Associates estaba tratando de sacar adelante una línea como de “manga europeo" y nos llamaron.

Cuando se me presentó la oportunidad de trabajar y estudiar el estilo manga, pensé en meterme de lleno en ello, pero no hubo manera porque el editor se limitaba a decirme “ponle los ojos más grandes, que es un manga; ponle líneas de acción, que es un manga; ponle tramas”... Se convirtió en un encargo donde para llevar mi discurso tenía que incluir la estética como parte de ello. A la hora de la verdad, para ser sincero, me lo planteé exactamente igual que como me planteo los superhéroes o cualquier otra historieta».


Lo diferente nos acerca a lo nuclear
Aunque ha quedado patente que Javier Rodríguez no pudo profundizar en el manga tanto como hubiese querido, lo cierto es que el interés estaba ya presente. Un interés que no ha hecho más que crecer con el paso de los años. Como lector de tebeos, cuando nos enfrentamos a modos y maneras de narrar a las que no estamos acostumbrados, tendemos a subrayas las diferencias, sin comprender que por mucho que difieran los estilos, existe una base común. Javier Rodríguez siempre ha estado interesado más en lo que une a todos los modos de narrar con viñetas que en lo que los diferencia.

«Durante los años 20 y 30, cuando la Bauhaus empieza a hacer estudios y decide qué denominadores comunes tiene el arte en general y aplican estudios de la Gestalt en materiales de composición, se dan cuenta de que tenemos una serie de denominadores comunes y luego otros que son puramente estéticos que son los que marcan las diferencias en las escuelas.

A mí me gusta el manga y leo manga habitualmente. No solo no le hago ascos a nada sino que además devoro cómics de todo tipo y pelaje. Estoy muy obsesionado con el estudio del lenguaje del cómic y con el denominador común que los une todos. Yo nunca separé géneros ni tuve problemas para compaginar distintos estilos. Es más, estoy obsesionado con el propio medio, con los mecanismos, con los denominadores comunes que lo hacen lenguaje.

Por ejemplo, sabes que con una horizontal amplia es como si en literatura utilizaras un adjetivo y ahí quieres decir que el movimiento se para. El orden de lectura te llevará de izquierda a derecha y si dibujas una escena en la que llega un tren del oeste a una estación y quieres transmitir ese sonido lejano, vas a colocar una pequeña horizontal donde el tren se va desplazando. Cuando quieres movimiento vas a tirar de diagonales, probablemente plantees viñetas más pequeñas y usarás verbos: "golpea", "agarra" "araña"... La acción siempre va unida al verbo y de este modo te alejas de la descripción que es el adjetivo. A mí eso me interesó muchísimo.

Pongamos un símil trasladándolo a la música. Un Re Mayor es un Re Mayor en todos los estilos, ya sea una pieza de folk irlandés, de música africana o de música oriental. En este caso, a mí me interesa por qué una nota mayor o menor transmite una cosa u otra al margen del estilo rítmico. Se trata de denominadores comunes del lenguaje y los encontramos también en los tebeos. En el manga me encontré por un lado que al cambiar el sentido de lectura y otra serie de cosas, había registros nuevos del lenguaje que para mí eran totalmente desconocidos. Y te encontrabas con cosas tan sorprendentes como por ejemplo Tezuka, que me parece que si te tienes que quedar con 4 ó 5 nombres de la historia del cómic tiene que estar ahí, manejaba recursos con un estilo que aquí lo asociamos más bien al humor y que transmitían una emoción increíble y a unos niveles y con una profundidad...».

  
Sentido de lectura
Durante muchos años el manga se publicó espejado en nuestro país. De manera que el sentido de lectura oriental era invertido para adecuarlo al nuestro. Javier Rodríguez, siempre mesurado, afirma preferir la lectura en su sentido original, pero no censura (e incluso comprende) a quienes por comodidad se aferran a la lectura de izquierda a derecha.

«Yo creo que para disfrutarlo en plenitud es necesario leerlo en su sentido original. Pondré un ejemplo de otro arte donde se puede encontrar algo parecido y luego explico el porqué. En cine, en televisión, podemos disfrutar de la versión original. Pero cuando ves algo con subtítulos, la vista se te va a la parte de abajo de la pantalla y por narices hay cosas que están sucediendo en la parte de arriba que a veces te pierdes. Con el manga podríamos decir un poco lo mismo. El subtítulo es como el equivalente de la incomodidad que produce al lector leer al revés. Pongamos de ejemplo Mad Men, donde son locuaces a más no poder, usan bastantes contracciones del lenguaje y estás pendiente del subtítulo. Obviamente hay parte de la interpretación que desgraciadamente te pierdes. Otra serie, The Newsroom, con esa locuacidad y esa densidad de diálogo. Te encuentras de repente con que hay parte de la actuación de los personajes que te estás perdiendo. Como occidental, estás educado para leer de izquierda a derecha. Leer de derecha a izquierda te incomoda y... Estás demasiado pendiente del subtítulo. A mí me pasaba eso al principio con el manga. Pero una vez que vas metiéndote... Ahora me resultaría imposible leer a Tezuka en espejo. Lo quiero de derecha a izquierda».

El colorista que dibuja
Una de las barreras que Javier Rodríguez ha tenido que superar a la hora de trabajar como dibujante en el mercado norteamericano ha sido la separación de roles. Accedió a la industria como colorista y como colorista ha trabajado durante años. Pero él siempre ha tenido claro que lo que le gusta es dibujar. Ahora que se encarga de los lápices, no siempre tiene tiempo material o posibilidad de colorearse a sí mismo. Y perder ese control sobre su trabajo no es una sensación agradable...

«Hay que partir de la base de que el color no es hacer bonito el dibujo. Ahora mismo hay puntos donde el colorista está dibujando. Donde un dibujo se puede cambiar con el color. Yo nunca había “sufrido” que alguien me coloreara. Recuerdo que cuando les coloreaba a mi amigo Marcos Martín o a Javier Pulido me llegaban notas sobre el color que pensaba "cómo te voy a cambiar esto; si está perfecto como está ahora, no me fastidies" pero el dibujante insistía e insistía. Hasta que no te colorean no te das cuenta de la rabia que te da cómo cambian algunas cosas de como tú las tienes en la cabeza, a causa del color. El color moderno dibuja mucho. 
 
Yo me he encontrado con cosas tan locas como tener una sombra arrojada desde la izquierda, poner la línea más fina donde está dando la luz y más gruesa donde está recibiendo la sombra y encontrártelo al revés en el color. Y yo habré hecho de esas como colorista. Es lo que tiene trabajar con una limitación de tiempo. El color es parte del dibujo y cambias e interfieres mucho sobre todo en el momento en el que trabajas con rénderes y con formas. Es realmente uno de los pasos más dificultosos.

¿Qué hago cuando trabajo para mí? Partimos de una curiosidad y es que tardo mucho más en colorearme a mí mismo que a otros. Pienso en color directamente. Intento trabajar pensando cómo va a ser cada viñeta, si va a haber un contraluz... Ahora la tecnología me permite decir, si sé que me voy a colorear a mí mismo "mira, esto lo dejo...". Por ejemplo, en el caso del número 2 de Hobgoblin, que sabía que no había tiempo material para que yo me coloreara, sabía que me lo iba a colorear Montse (Muntsa Vicente), decidí acabar el dibujo de otra manera. Es como intentar hacer un blanco y negro en el que no piense mientras lo estoy dibujado qué color va a tener. Me da igual. Sé que hay un almacén y es un interior o que es una calle y es un exterior. En sombras arrojadas, en el trabajo de negros, por ejemplo, en lugar de dejarlo estar y darle yo luego el volumen, directamente le pongo un negro. Pero son pequeños detalles».


El guión describe el qué, el dibujo desarrolla el cómo
Así como durante los 90 el protagonismo de los dibujantes fue total, en la última década el péndulo ha oscilado hacia los guionistas. Aunque la industria esté encontrando fórmulas para equilibrar la balanza de poder de unos y otros, todavía siguen siendo los escritores quienes tienen la sartén por el mango. Pueden producir obras mucho más rápido y las deficiencias en su trabajo no siempre son evidentes, pues los guiones han de pasar por el tamiz del dibujante, que puede cambiar con su trabajo tonos, ritmos y la percepción final del lector. Javier Rodríguez es consciente del poder transformador de un dibujante sobre el guión y procura, en la medida de lo posible, que el resultado final sea lo más sólido posible.

«No es una actitud de "voy a mejorar el guión". Nace de la realidad de que el trabajo de dibujante nos permite tener la visualización del cómic. Prácticamente el resultado final. Y en ese resultado final la planificación, el dibujo, cómo lo enfoques, es vital. Porque muchas veces es difícil llegar a lo que se quiere transmitir solo desde el texto literario. Llegas a ello cuando estás distribuyendo las viñetas, viendo el espacio que ocupan los bocadillos, etc. Imaginemos que el guionista pone "plano de Fulanito que sonríe porque le han salido las cosas bien”. Pues según en qué casos, igual no te interesa que se vea la sonrisa sino que se la imagine el lector. Porque tienes recursos gráficos para contarlo sin enseñarlo. Sé que el momento es más potente si el lector se lo imagina. Una risa demencial del Joker, si está de espaldas y le ves el cuerpo y las manos en posición y lees las onomatopeyas 'hahaha'... El lector se va a imaginar una risa más cruel que cualquiera que un dibujante pueda dibujar. Desde la modestia, atacas todas esas posibilidades que se escapan de la literalidad del guión y dices "yo creo que esto se puede hacer de manera diferente"».

El acting de los personajes
La capacidad de reflejar expresiones faciales, interacciones entre personajes, posturas corporales, etc. es lo que se conoce como actuación o acting. Se trata de un aspecto de la narración por el que siempre ha tenido debilidad como lector y que ahora ha convertido en una de sus fortalezas como dibujante.

«Una de las cosas que me gustaba y atraía de los personajes de Marvel, era su carácter, esencialmente, de freaks, de outsiders. Cuando en los 60 aparece Marvel, una de las cosas que mejor conecta con los lectores es que de repente los protagonistas son científicos, que normalmente en los tebeos eran los villanos y encima feos. Unos personajes representados normalmente como unos lerdos outsiders, ahora se convierten en héroes y en personas populares. Y de repente tienen un accidente y un desgraciado como Peter Parker es un héroe con esos rasgos por los que la gente los despreciaba. Lo que hace que a veces ni como héroe lleguen a ser aceptados. Para llevar todo eso a la enfatización, el acting es muy importante. Muchos de mis autores favoritos trabajaban mucho el acting de los personajes. Por eso me gusta darle protagonismo al personaje, a la figura humana, por encima de otros aspectos del dibujo.

Yo de donde vengo como dibujante es de los 70, 80 y lo poco de los 60 que llegaba destrozado en ediciones de Vértice. Mis influencias, principalmente, son Byrne (clave en mi formación) Miller, Paul Smith, Walter Simonson... Eso es lo que mamé. Aprendí a dibujar anatomía y de todo con Neal Adams y toda esta serie de dibujantes.

De hecho, dejé de leer tebeos de superhéroes en los 90. Porque no me gustaban. Estéticamente, los cómics de los autores que luego formarían Image no me atraían. Seguí leyendo obras concretas (The Authority, por ejemplo), pero me desconecté del rollo fandom de comprarlo todo. Tampoco tengo nada en contra de ese estilo que aparece en Vértigo en los 90 de siluetas de las que salen bocadillos, pero mi discurso está mucho más ligado a la interacción del personaje, al play.

Así que sí, cómo se coloca una postura o cómo descansa el cuerpo te revela cosas, te habla del personaje. Porque la mayoría del lenguaje que usamos es no verbal. De hecho, a veces amigos dibujantes me recriminan que sobreactúo con las manos. Tengo manía de que los personajes tengan las manos ocupadas. En los cómics te puedes permitir licencias como que los personajes dejen o cojan objetos sin problemas. Daredevil tira su bastón y vuelve a aparecer en sus manos. Aunque a veces son modismos y roles que asumimos que funcionan así y ya está, intento darle coherencia a eso. Busco la veracidad más en ese tipo de planteamiento que en que el dibujo sea más realista. Me preocupa más. Para mí es una cuestión de coherencia interna. Y claro, al margen de eso, el acting también es una manera de hacer mío un personaje que ha sido trabajado previamente por otros autores.

Una de las mayores que influencias que he tenido y que cuando lo descubrí de chaval me dejó totalmente impactado eran los hermanos Hernández y Fernández de Tintín. Una de las características que tienen estos dos personajes es que realmente parecen de carne y hueso. Son muy creíbles y muy peculiares e incluso con un planteamiento gráfico muy limpio y muy sencillo, solo con tres atributos físicos, marcan la personalidad de los personajes. Esas son cosas que me interesan».


 
Distintos colores pueden transmitir lo mismo
Uno de los problemas de la separación de roles en el cómic mainstream americano es que incluso dentro de un mismo trabajo como es el de dibujante o colorista, los autores quedan asociados a un determinado tipo de colección o a un tono narrativo concreto. En el caso que nos ocupa, parece difícil imaginar a Javier Rodríguez trabajando en un tebeo de ambiente oscuro o deprimente, pero...

«Yo siempre me planteo que la historia me marque el tono. Yo suelo reventar los colores, los hago muy vibrantes. Y me cuesta meterme en otro registro porque eso lo tengo ya como discurso, forma parte de mi lenguaje. Pero al mismo tiempo me fascina cuando un magenta puede ser deprimente. Me gusta jugar con las relaciones de color y no mostrar lo evidente. No tiene nada que ver cómo planteaba Daredevil y cómo he planteado Hobgoblin. Igual la gente lo ve y piensa "a mí me parece lo mismo", pero yo realmente lo enfoco de una manera totalmente distinta. Personalmente, lo intento. Intento que cada proyecto tenga un enfoque distinto. Yo disfruto los tebeos cuando a partir de la primera página me olvido de que estoy leyendo un cómic y estoy disfrutando la historia. No estás pensando en lo bien que está hecha la perspectiva. No separas los elementos, sino que estás viendo un todo. La experiencia completa. Esa es la idea».

La fama
Aunque lleva años en el mundo del cómic, no ha sido hasta que no ha ido ganando notoriedad dentro de Marvel cuando el lector se ha fijado en su trabajo. ¿Justo? ¿Injusto? Esas son valoraciones que a Javier Rodríguez no le importan demasiado.

«El asunto este de ser conocido, lo pongo en su contexto. Estás trabajando para una corporación que emplea muchísimo dinero en publicitar el producto, la marca, los personajes. No puedes competir con ello. Pero se producen situaciones curiosas. La primera vez que tuve que dibujar Spider-Man, lo estaba dibujando y lo sentía como mío. Porque es un icono tan popular, tan asociado a tu vida desde que naces que realmente me sentía igual que si lo hubiese diseñado yo. Y cuando dibujo alguno de los personajes icónicos, puedo ver en mi mente viñetas de mis autores de referencia con composiciones y posturas de personajes parecidas. Me pasa muchísimo. No tengo ningún interés en hacer nada retro, en volver recrear esos tebeos, pero es de ahí de donde vengo. Por decirlo de alguna manera, me siento un poco como Jack White cuando monta los White Stripes y dice “voy a hacer blues pero no como el del delta del Misisipi (aunque venga de ahí), sino que voy a intentar darle una vuelta”. Desde mi modestia, mi idea ahora es esa».


Las barreras de entrada para los guionistas españoles
Los dibujantes españoles han desembarcado en la industria estadounidense poniendo un pie en la puerta y dejándola más abierta que nunca a la llegada de más autores patrios. Pero hasta ahora hablamos solo de dibujantes. Porque el camino del guionista que quiera hacer las américas está lleno de complicaciones no siempre fácilmente salvables.

«Tiene que ser difícil escribir en inglés, aunque solo sea por la distinción de acentos. No voy a decir nombres, pero recuerdo haber trabajado con un guionista británico al que los lectores le recriminaban que los policías de Brooklyn no podían hablar con esa voz. Decían que un policía de Brooklyn no hablaba ese inglés. Porque hay tonos y modos de voz que son característicos de allí. Y si existe esa dificultad para un angloparlante... Pongámoslo al revés, una historieta de Ivá traducida al inglés o al francés. Es difícil. Y seguramente esa es la mayor dificultad. Aunque me imagino que poco a poco iremos viendo también algún guionista».

El origen de ¡Universo!
Uno de los autores patrios que ha decidido trabajar al margen de las exigencias de la industria estadounidense y buscar su propio camino ha sido Marcos Martín. La plataforma de distribución digital Panel Syndicate creada junto con Brian K. Vaughan, donde el lector pone el precio, está siendo un éxito. El trabajo de ambos The Private Eye así lo atestigua. Recientemente, la plataforma ha publicado una segunda colección, titulada ¡Universo! de la mano de Albert Monteys. Fue Javier Rodríguez quien puso en contacto a ambos autores españoles.

«Tengo una buena relación de amistad con Marcos Martín y el tema de Panel Syndicate lo conozco de cerca. Marcos estaba pensando a qué autores podían invitar para el proyecto y se me ocurrió Albert. No tengo más mérito que decirle a Marcos "deberías hablar con Albert porque creo que tiene ganas de hacer una historia larga y creo que encajaría genial en Panel Syndicate. Unas llamadas, una cerveza y ¡adelante!

Albert me parece un monstruo haciendo ciencia ficción. Es brillante. Y la prueba es el número #1 de ¡Universo! Yo había visto bastante del proceso, pero cuando lo leí en su conjunto me dejó sin aliento. Es espectacular. Ciencia-ficción de la que ya no hay. De alto octanaje. Funciona como los grandes magos. Ves un truco aparentemente muy simple y dices “¿pero cómo lo hace?” y esto es lo que pasa con el ¡Universo! de Monteys, que es brutal. Es ciencia ficción de la buena».


Y con ciencia ficción de la buena terminamos la entrevista. Así es Javier Rodríguez. Un autor didáctico y afable con quien quedas para charlar sobre su trabajo y terminas comentando el de otros. Porque hablar con Javier Rodríguez es hablar de tebeos. Y los buenos tebeos no entienden de nombres. 

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