Javier
Rodríguez (Oviedo, 1.972) ha ganado notoriedad en los últimos años
por su gran trabajo coloreando para Marvel, especialmente la etapa de
Mark Waid y Chris Samnee en Daredevil. Pero empieza a ser ya un
artista cuyos lápices son reconocidos allí por donde pasa, ya sean
unos números de Daredevil, de Superior Spider-Man o de la reciente
miniserie de Hobgoblin.
No hace
falta más que hablar con él diez minutos para apreciar el tremendo
amor que tiene por el medio y la pasión con la que ataca cada nuevo
proyecto. A Javier Rodríguez le vuelve loco narrar a través de
viñetas y hace todo lo que puede por entender el funcionamiento del
lenguaje del cómic, por ser consciente de lo que hace único al
medio y aprovecharlo para contar las historias lo mejor posible. Le
gusta bromear sobre sus limitaciones como artista, pero que nadie
entienda en su modestia un modo de excusar la calidad de su trabajo.
Javier Rodríguez está en el mundo del cómic para intentar hacerlos
siempre bien... y cada vez mejor.
Lector
desde joven
La
larga mano del cómic atrapó al joven Javier desde bien pequeño. Su
padre era lector de cómics y como es natural, siempre estuvo rodeado
de viñetas y bocadillos.
«Mi
padre compraba muchísimos cómics, pero obviamente yo leía los de
superhéroes, que eran los de los críos, los que tenía yo por casa.
Recuerdo que un día, leyendo Born Again, en los textos de apoyo
decían maravillas de él. "Esto compite con los Corben que
tiene mi padre, con los tebeos de 1984" pensaba yo y tímidamente
iba formándome mi criterio. Hasta que un día me encuentro un
artículo en el Wendigo, la revista de análisis de cómics
asturiana, poniendo Born Again donde le correspondía. "Esto es
una obra maestra", decían. Y yo en plan "papá, papá,
mira, esto es un tebeo de verdad". El primer cómic que hizo el
camino inverso y se lo dejé yo a mi padre en vez de él a mí, fue
Ronin. Y luego The Dark Knight Returns. De todas maneras mi
tebeo favorito de superhéroes es Born Again. Para mí está por
encima de Batman: Año Uno y de cualquier otro. Me parece LA obra.
Por todo. Porque me proyecto como lector, porque veo la evolución de
un artista... Lo tiene todo, es tan enriquecedor ese tebeo...».
Y así,
con un criterio propio en formación y con la implícita aprobación
de su afición por parte de su padre, Javier Rodríguez acabaría,
tras completar sus estudios de Artes y Oficios, en el mundo del
cómic. Odiseas con mejor y peor suerte como Love Gun, su
colaboración en El Víbora, su primer álbum a todo color Wake Up...
Todo ello nos habla de un artista en continua formación y
experimentación.
Un
proyecto de “manga europeo”
Y en
ese camino se iba a cruzar el manga. Estamos alrededor del año 2007
y Javier Rodríguez va a entrar en contacto con la guionista Delphine
Rieu. Juntos publican Lolita HR y este trabajo le permite indagar en
el estilo narrativo japonés.
«Lolita
HR fue un proyecto para el que me contactó directamente Delphine
Rieu, la guionista. Ella ya había publicado un álbum titulado "Alex
Clément ha Muerto" que era un thriller con una asesinato en el
que todo giraba en torno a un cadáver que aparecía en una
habitación y cuya historia se desarrollaba en un lapso de tiempo muy
corto. Me sorprendió que se pusiera en contacto conmigo. Me preguntó
si quería hacer algo de ciencia-ficción con una protagonista
femenina. Preparamos un proyecto de álbum convencional y como ella
es de Angoulême, a nivel logístico era ideal. Lo movimos lo que
pudimos, pero me encontré con una cosa muy curiosa: A los editores
de álbum franceses mi estilo les parecía muy americano y cuando
había estado enseñando muestras en Estados Unidos, les parecía
demasiado europeo. “Como siempre estoy en tierra de nadie” pensé.
Finalmente resultó que la editorial Les Humanoids Associates estaba
tratando de sacar adelante una línea como de “manga europeo"
y nos llamaron.
Cuando
se me presentó la oportunidad de trabajar y estudiar el estilo
manga, pensé en meterme de lleno en ello, pero no hubo manera porque
el editor se limitaba a decirme “ponle los ojos más grandes, que
es un manga; ponle líneas de acción, que es un manga; ponle
tramas”... Se convirtió en un encargo donde para llevar mi
discurso tenía que incluir la estética como parte de ello. A la
hora de la verdad, para ser sincero, me lo planteé exactamente igual
que como me planteo los superhéroes o cualquier otra historieta».
Lo
diferente nos acerca a lo nuclear
Aunque
ha quedado patente que Javier Rodríguez no pudo profundizar en el
manga tanto como hubiese querido, lo cierto es que el interés estaba
ya presente. Un interés que no ha hecho más que crecer con el paso
de los años. Como lector de tebeos, cuando nos enfrentamos a modos y
maneras de narrar a las que no estamos acostumbrados, tendemos a
subrayas las diferencias, sin comprender que por mucho que difieran
los estilos, existe una base común. Javier Rodríguez siempre ha
estado interesado más en lo que une a todos los modos de narrar con
viñetas que en lo que los diferencia.
«Durante
los años 20 y 30, cuando la Bauhaus empieza a hacer estudios y
decide qué denominadores comunes tiene el arte en general y aplican
estudios de la Gestalt
en materiales de composición, se dan cuenta de que tenemos una serie
de denominadores comunes y luego otros que son puramente estéticos
que son los que marcan las diferencias en las escuelas.
A mí
me gusta el manga y leo manga habitualmente. No solo no le hago ascos
a nada sino que además devoro cómics de todo tipo y pelaje. Estoy
muy obsesionado con el estudio del lenguaje del cómic y con el
denominador común que los une todos. Yo nunca separé géneros ni
tuve problemas para compaginar distintos estilos. Es más, estoy
obsesionado con el propio medio, con los mecanismos, con los
denominadores comunes que lo hacen lenguaje.
Por
ejemplo, sabes que con una horizontal amplia es como si en literatura
utilizaras un adjetivo y ahí quieres decir que el movimiento se
para. El orden de lectura te llevará de izquierda a derecha y
si dibujas una escena en la que llega un tren del oeste a una estación
y quieres transmitir ese sonido lejano, vas a colocar una pequeña
horizontal donde el tren se va desplazando. Cuando quieres movimiento
vas a tirar de diagonales, probablemente plantees viñetas más
pequeñas y usarás verbos: "golpea", "agarra"
"araña"... La acción siempre va unida al verbo y de este
modo te alejas de la descripción que es el adjetivo. A mí eso me
interesó muchísimo.
Pongamos
un símil trasladándolo a la música. Un Re Mayor es un Re Mayor en
todos los estilos, ya sea una pieza de folk irlandés, de música
africana o de música oriental. En este caso, a mí me interesa por
qué una nota mayor o menor transmite una cosa u otra al margen del
estilo rítmico. Se trata de denominadores comunes del lenguaje y los
encontramos también en los tebeos. En el manga me encontré por un
lado que al cambiar el sentido de lectura y otra serie de cosas,
había registros nuevos del lenguaje que para mí eran totalmente
desconocidos. Y te encontrabas con cosas tan sorprendentes como por
ejemplo Tezuka, que me parece que si te tienes que quedar con 4 ó 5
nombres de la historia del cómic tiene que estar ahí, manejaba
recursos con un estilo que aquí lo asociamos más bien al humor y
que transmitían una emoción increíble y a unos niveles y con una
profundidad...».
Sentido
de lectura
Durante
muchos años el manga se publicó espejado en nuestro país. De
manera que el sentido de lectura oriental era invertido para
adecuarlo al nuestro. Javier Rodríguez, siempre mesurado, afirma
preferir la lectura en su sentido original, pero no censura (e
incluso comprende) a quienes por comodidad se aferran a la lectura de
izquierda a derecha.
«Yo
creo que para disfrutarlo en plenitud es necesario leerlo en su
sentido original. Pondré un ejemplo de otro arte donde se puede
encontrar algo parecido y luego explico el porqué. En cine, en
televisión, podemos disfrutar de la versión original. Pero cuando
ves algo con subtítulos, la vista se te va a la parte de abajo de la
pantalla y por narices hay cosas que están sucediendo en la parte de
arriba que a veces te pierdes. Con el manga podríamos decir un poco
lo mismo. El subtítulo es como el equivalente de la incomodidad que
produce al lector leer al revés. Pongamos de ejemplo Mad Men, donde
son locuaces a más no poder, usan bastantes contracciones del
lenguaje y estás pendiente del subtítulo. Obviamente hay parte de
la interpretación que desgraciadamente te pierdes. Otra serie, The
Newsroom, con esa locuacidad y esa densidad de diálogo. Te
encuentras de repente con que hay parte de la actuación de los
personajes que te estás perdiendo. Como occidental, estás educado
para leer de izquierda a derecha. Leer de derecha a izquierda te
incomoda y... Estás demasiado pendiente del subtítulo. A mí me
pasaba eso al principio con el manga. Pero una vez que vas
metiéndote... Ahora me resultaría imposible leer a Tezuka en
espejo. Lo quiero de derecha a izquierda».
El
colorista que dibuja
Una
de las barreras que Javier Rodríguez ha tenido que superar a la hora
de trabajar como dibujante en el mercado norteamericano ha sido la
separación de roles. Accedió a la industria como colorista y como
colorista ha trabajado durante años. Pero él siempre ha tenido
claro que lo que le gusta es dibujar. Ahora que se encarga de los
lápices, no siempre tiene tiempo material o posibilidad de
colorearse a sí mismo. Y perder ese control sobre su trabajo no es
una sensación agradable...
«Hay
que partir de la base de que el color no es hacer bonito el dibujo.
Ahora mismo hay puntos donde el colorista está dibujando. Donde un
dibujo se puede cambiar con el color. Yo nunca había “sufrido”
que alguien me coloreara. Recuerdo que cuando les coloreaba a mi
amigo Marcos Martín o a Javier Pulido me llegaban notas sobre el
color que pensaba "cómo te voy a cambiar esto; si está
perfecto como está ahora, no me fastidies" pero el dibujante
insistía e insistía. Hasta que no te colorean no te das cuenta de
la rabia que te da cómo cambian algunas cosas de como tú las tienes
en la cabeza, a causa del color. El color moderno dibuja mucho.
Yo
me he encontrado con cosas tan locas como tener una sombra arrojada
desde la izquierda, poner la línea más fina donde está dando la
luz y más gruesa donde está recibiendo la sombra y encontrártelo
al revés en el color. Y yo habré hecho de esas como colorista. Es
lo que tiene trabajar con una limitación de tiempo. El color es
parte del dibujo y cambias e interfieres mucho sobre todo en el
momento en el que trabajas con rénderes y con formas. Es realmente
uno de los pasos más dificultosos.
¿Qué
hago cuando trabajo para mí? Partimos de una curiosidad y es que
tardo mucho más en colorearme a mí mismo que a otros. Pienso en
color directamente. Intento trabajar pensando cómo va a ser cada
viñeta, si va a haber un contraluz... Ahora la tecnología me
permite decir, si sé que me voy a colorear a mí mismo "mira,
esto lo dejo...". Por ejemplo, en el caso del número 2 de
Hobgoblin, que sabía que no había tiempo material para que yo me
coloreara, sabía que me lo iba a colorear Montse (Muntsa Vicente),
decidí acabar el dibujo de otra manera. Es como intentar hacer un
blanco y negro en el que no piense mientras lo estoy dibujado qué
color va a tener. Me da igual. Sé que hay un almacén y es un
interior o que es una calle y es un exterior. En sombras arrojadas,
en el trabajo de negros, por ejemplo, en lugar de dejarlo estar y
darle yo luego el volumen, directamente le pongo un negro. Pero son
pequeños detalles».
El
guión describe el qué, el dibujo desarrolla el cómo
Así como durante los 90 el protagonismo de los dibujantes fue total,
en la última década el péndulo ha oscilado hacia los guionistas.
Aunque la industria esté encontrando fórmulas para equilibrar la
balanza de poder de unos y otros, todavía siguen siendo los
escritores quienes tienen la sartén por el mango. Pueden producir
obras mucho más rápido y las deficiencias en su trabajo no siempre
son evidentes, pues los guiones han de pasar por el tamiz del
dibujante, que puede cambiar con su trabajo tonos, ritmos y la
percepción final del lector. Javier Rodríguez es consciente del
poder transformador de un dibujante sobre el guión y procura, en la
medida de lo posible, que el resultado final sea lo más sólido
posible.
«No
es una actitud de "voy a mejorar el guión". Nace de la
realidad de que el trabajo de dibujante nos permite tener la
visualización del cómic. Prácticamente el resultado final. Y en
ese resultado final la planificación, el dibujo, cómo lo enfoques,
es vital. Porque muchas veces es difícil llegar a lo que se quiere
transmitir solo desde el texto literario. Llegas a ello cuando estás
distribuyendo las viñetas, viendo el espacio que ocupan los
bocadillos, etc. Imaginemos que el guionista pone "plano de
Fulanito que sonríe porque le han salido las cosas bien”. Pues
según en qué casos, igual no te interesa que se vea la sonrisa sino
que se la imagine el lector. Porque tienes recursos gráficos para
contarlo sin enseñarlo. Sé que el momento es más potente si el
lector se lo imagina. Una risa demencial del Joker, si está de
espaldas y le ves el cuerpo y las manos en posición y lees las
onomatopeyas 'hahaha'... El lector se va a imaginar una risa más
cruel que cualquiera que un dibujante pueda dibujar. Desde la
modestia, atacas todas esas posibilidades que se escapan de la
literalidad del guión y dices "yo creo que esto se puede hacer
de manera diferente"».
El
acting de los personajes
La capacidad de reflejar expresiones faciales, interacciones entre
personajes, posturas corporales, etc. es lo que se conoce como
actuación o acting. Se trata de un aspecto de la narración por el
que siempre ha tenido debilidad como lector y que ahora ha convertido
en una de sus fortalezas como dibujante.
«Una
de las cosas que me gustaba y atraía de los personajes de Marvel,
era su carácter, esencialmente, de freaks, de outsiders. Cuando en
los 60 aparece Marvel, una de las cosas que mejor conecta con los
lectores es que de repente los protagonistas son científicos, que
normalmente en los tebeos eran los villanos y encima feos. Unos
personajes representados normalmente como unos lerdos outsiders,
ahora se convierten en héroes y en personas populares. Y de repente
tienen un accidente y un desgraciado como Peter Parker es un héroe
con esos rasgos por los que la gente los despreciaba. Lo que hace que
a veces ni como héroe lleguen a ser aceptados. Para llevar todo eso
a la enfatización, el acting es muy importante. Muchos de mis
autores favoritos trabajaban mucho el acting de los personajes. Por
eso me gusta darle protagonismo al personaje, a la figura humana, por
encima de otros aspectos del dibujo.
Yo
de donde vengo como dibujante es de los 70, 80 y lo poco de los 60
que llegaba destrozado en ediciones de Vértice. Mis influencias,
principalmente, son Byrne (clave en mi formación) Miller, Paul
Smith, Walter Simonson... Eso es lo que mamé. Aprendí a dibujar
anatomía y de todo con Neal Adams y toda esta serie de dibujantes.
De
hecho, dejé de leer tebeos de superhéroes en los 90. Porque no me
gustaban. Estéticamente, los cómics de los autores que luego
formarían Image no me atraían. Seguí leyendo obras concretas (The
Authority, por ejemplo), pero me desconecté del rollo fandom de
comprarlo todo. Tampoco tengo nada en contra de ese estilo que
aparece en Vértigo en los 90 de siluetas de las que salen
bocadillos, pero mi discurso está mucho más ligado a la interacción
del personaje, al play.
Así que sí, cómo se coloca una postura o cómo descansa el cuerpo te revela cosas, te habla del personaje. Porque la mayoría del lenguaje que usamos es no verbal. De hecho, a veces amigos dibujantes me recriminan que sobreactúo con las manos. Tengo manía de que los personajes tengan las manos ocupadas. En los cómics te puedes permitir licencias como que los personajes dejen o cojan objetos sin problemas. Daredevil tira su bastón y vuelve a aparecer en sus manos. Aunque a veces son modismos y roles que asumimos que funcionan así y ya está, intento darle coherencia a eso. Busco la veracidad más en ese tipo de planteamiento que en que el dibujo sea más realista. Me preocupa más. Para mí es una cuestión de coherencia interna. Y claro, al margen de eso, el acting también es una manera de hacer mío un personaje que ha sido trabajado previamente por otros autores.
Una
de las mayores que influencias que he tenido y que cuando lo descubrí
de chaval me dejó totalmente impactado eran los hermanos Hernández
y Fernández de Tintín. Una de las características que tienen estos
dos personajes es que realmente parecen de carne y hueso. Son muy
creíbles y muy peculiares e incluso con un planteamiento gráfico
muy limpio y muy sencillo, solo con tres atributos físicos, marcan
la personalidad de los personajes. Esas son cosas que me interesan».
Distintos colores pueden transmitir lo mismo
Uno de
los problemas de la separación de roles en el cómic mainstream
americano es que incluso dentro de un mismo trabajo como es el de
dibujante o colorista, los autores quedan asociados a un determinado
tipo de colección o a un tono narrativo concreto. En el caso que nos
ocupa, parece difícil imaginar a Javier Rodríguez trabajando en un
tebeo de ambiente oscuro o deprimente, pero...
«Yo
siempre me planteo que la historia me marque el tono. Yo suelo
reventar los colores, los hago muy vibrantes. Y me cuesta meterme en
otro registro porque eso lo tengo ya como discurso, forma parte de mi
lenguaje. Pero al mismo tiempo me fascina cuando un magenta puede ser
deprimente. Me gusta jugar con las relaciones de color y no mostrar
lo evidente. No tiene nada que ver cómo planteaba Daredevil y cómo
he planteado Hobgoblin. Igual la gente lo ve y piensa "a mí me
parece lo mismo", pero yo realmente lo enfoco de una manera
totalmente distinta. Personalmente, lo intento. Intento que cada
proyecto tenga un enfoque distinto. Yo disfruto los tebeos cuando a
partir de la primera página me olvido de que estoy leyendo un cómic
y estoy disfrutando la historia. No estás pensando en lo bien que
está hecha la perspectiva. No separas los elementos, sino que estás
viendo un todo. La experiencia completa. Esa es la idea».
La
fama
Aunque lleva años en el mundo del cómic, no ha sido hasta que no ha
ido ganando notoriedad dentro de Marvel cuando el lector se ha fijado
en su trabajo. ¿Justo? ¿Injusto? Esas son valoraciones que a Javier
Rodríguez no le importan demasiado.
«El
asunto este de ser conocido, lo pongo en su contexto. Estás
trabajando para una corporación que emplea muchísimo dinero en
publicitar el producto, la marca, los personajes. No puedes competir
con ello. Pero se producen situaciones curiosas. La primera vez que
tuve que dibujar Spider-Man, lo estaba dibujando y lo sentía como
mío. Porque es un icono tan popular, tan asociado a tu vida desde
que naces que realmente me sentía igual que si lo hubiese diseñado
yo. Y cuando dibujo alguno de los personajes icónicos, puedo ver en
mi mente viñetas de mis autores de referencia con composiciones y
posturas de personajes parecidas. Me pasa muchísimo. No tengo ningún
interés en hacer nada retro, en volver recrear esos tebeos, pero es
de ahí de donde vengo. Por decirlo de alguna manera, me siento un
poco como Jack White cuando monta los White Stripes y dice “voy a
hacer blues pero no como el del delta del Misisipi (aunque venga de
ahí), sino que voy a intentar darle una vuelta”. Desde mi
modestia, mi idea ahora es esa».
Las barreras de entrada para los guionistas españoles
Los
dibujantes españoles han desembarcado en la industria estadounidense
poniendo un pie en la puerta y dejándola más abierta que nunca a la
llegada de más autores patrios. Pero hasta ahora hablamos solo
de dibujantes. Porque el camino del guionista que quiera hacer las
américas está lleno de complicaciones no siempre fácilmente
salvables.
«Tiene
que ser difícil escribir en inglés, aunque solo sea por la
distinción de acentos. No voy a decir nombres, pero recuerdo haber
trabajado con un guionista británico al que los lectores le
recriminaban que los policías de Brooklyn no podían hablar con esa
voz. Decían que un policía de Brooklyn no hablaba ese inglés.
Porque hay tonos y modos de voz que son característicos de allí. Y
si existe esa dificultad para un angloparlante... Pongámoslo al
revés, una historieta de Ivá traducida al inglés o al francés. Es
difícil. Y seguramente esa es la mayor dificultad. Aunque me imagino
que poco a poco iremos viendo también algún guionista».
El origen de ¡Universo!
Uno de los autores patrios que ha decidido trabajar al margen de las
exigencias de la industria estadounidense y buscar su propio camino
ha sido Marcos Martín. La plataforma de distribución digital Panel
Syndicate creada junto con Brian K. Vaughan, donde el lector pone el
precio, está siendo un éxito. El trabajo de ambos The Private Eye
así lo atestigua. Recientemente, la plataforma ha publicado una
segunda colección, titulada ¡Universo! de la mano de Albert
Monteys. Fue Javier Rodríguez quien puso en contacto a ambos autores
españoles.
«Tengo
una buena relación de amistad con Marcos Martín y el tema de Panel
Syndicate lo conozco de cerca. Marcos estaba pensando a qué autores
podían invitar para el proyecto y se me ocurrió Albert. No tengo
más mérito que decirle a Marcos "deberías hablar con Albert
porque creo que tiene ganas de hacer una historia larga y creo que
encajaría genial en Panel Syndicate. Unas llamadas, una cerveza y
¡adelante!
Albert
me parece un monstruo haciendo ciencia ficción. Es brillante. Y la
prueba es el número #1 de ¡Universo! Yo había visto bastante del
proceso, pero cuando lo leí en su conjunto me dejó sin aliento. Es
espectacular. Ciencia-ficción de la que ya no hay. De alto octanaje.
Funciona como los grandes magos. Ves un truco aparentemente muy
simple y dices “¿pero cómo lo hace?” y esto es lo que pasa con
el ¡Universo! de Monteys, que es brutal. Es ciencia ficción de la
buena».
Y con ciencia ficción de la buena terminamos la entrevista. Así es
Javier Rodríguez. Un autor didáctico y afable con quien quedas para
charlar sobre su trabajo y terminas comentando el de otros. Porque
hablar con Javier Rodríguez es hablar de tebeos. Y los buenos tebeos
no entienden de nombres.
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